30/6/15

Pasado presente.



Empieza el viaje.

Un robusto animal de semblante noble se ve, sin más defensa que su corpulencia y sus cuernos, en medio de una plaza circular rodeado de un público que clama ansioso sangre, sufrimiento y crueldad. Aparece un individuo con traje de luces que no pasa inadvertido, seguido por un séquito de 'valientes' banderilleros y picadores que, poco a poco, irán arrebatándole la vida al animal entre vítores y aplausos. Por su parte el toro, desorientado, descubre de la manera más sádica que se acerca su final.
Pleno siglo XXI y las corridas de toros siguen estando presentes.
Mientras tanto, yo me pregunto por qué. Por qué un animal ha de sufrir con el único fin de entretener a la 'especie superior', por qué se sigue permitiendo que cosas como esta sucedan teniendo en cuenta los tiempos que corren y sin más argumento que el de ''es que es tradición''. Bien pensado, la respuesta es sencilla: dinero. Por lo cual, llegados a este punto las verdaderas preguntas son: ¿Está justificado? ¿Es ético? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por un puñado de billetes? Porque me parece una asquerosa forma de conseguirlos. Despreciar la vida y la muerte de un animal y encima recibir dinero por ello. Somos la única especie racional, pero a veces tenemos una extraña forma de demostrarlo.
Por otro lado, es curioso detenerse a analizar los calificativos que recibe esta 'fiesta nacional' según las diferentes personas que juzgan. Pasan de arte y cultura a barbarie y tortura. He aquí la gran discrepancia que, a día de hoy, algunos aficionados taurinos aún no comprenden.
De todos modos, si el motor del mundo siguen siendo el dinero y las 'tradiciones' las víctimas son obvias; seres inocentes incapaces de alegar nada en su defensa.
Creo, por tanto, que mi conclusión final es clara.


« Bienvenidos a la España medieval.»


Fin del trayecto.





Despedidas.



Es curioso pensar cómo a veces el tiempo pasa, pero nada cambia. Sigues siendo la misma persona: los mismos amigos, la misma casa, el mismo perro, la misma canción despertador... Pero un día abres los ojos y lo ves. Ves que tus amigos han cambiado, la madurez que acechaba cuando creías ser mayor se ha asentado casi enteramente; tu casa toma el color e incluso el olor del paso del tiempo, tu perro se vuelve más fiel a cada minuto que pasa y sí, la canción despertador sigue siendo la misma pero... cambian por completo los sentimientos que te asaltan al escucharla. Y desde luego, tú no eres la misma persona. Sucesivos años de aprendizaje, la vida en sí, y en concreto los años de instituto, te han hecho cambiar. No ves nada con los mismos ojos, ya no te gustan las mismas cosas, te comportas diferente. Cambios, formación, rechazo, experiencia.... ¿adolescencia?

Es curioso pensar cómo ha pasado el tiempo y cuánto ha cambiado todo.

Un año más, el 'temido' segundo de bachillerato llega a su fin dejándonos un recuerdo agridulce; un año duro y exigente, pero también especial y emotivo.
Bachillerato ha supuesto el cambio definitivo, tanto a nivel académico como personal. No creo que nadie se sienta igual con respecto a su 'yo' de hace dos años, la diferencia emocional supera con creces la dificultad de mil exámenes. Son muchas las cosas que han pasado durante nuestra estancia aquí; cosas que, aunque a corto plazo no hayamos sido conscientes, son las responsables de que hoy en día seamos quienes somos y como somos. Bueno, cosas... y personas. Personas que nos han acompañado a lo largo de toda nuestra trayectoria, tanto a los que siguen como a los que estuvieron, no podemos más que agradecer su labor y todo lo que nos han enseñado.

Llegamos a segundo. Este curso ha minado nuestro ánimo mil veces, nos ha hecho sentir impotentes y creer que no podríamos seguir adelante pero, bien pensado, estar aquí y ahora no significa más que haber superado todas esas barreras y dar por finalizada nuestra etapa en el IES Santa Catalina.
Probablemente dentro de tres meses no me acordaré del principio de Le Chatelier, de la ética kantiana, o de todas las fases que tienen lugar en la división de una célula, pero sonreiré al pensar en todos los momentos que dejamos atrás, tanto los tristes como los felices; al fin y al cabo, los momentos duros son los que nos hacen fuertes.
Hemos pasado mucho tiempo aquí, casi podríamos considerarlo nuestra segunda casa, y es por ello que no podemos evitar emocionarnos al pensar que nuestro paso por el instituto toca a su fin.
Aún así, nos quedamos con lo bueno: segundo de bachillerato ha conseguido crear un vínculo más fuerte que el que, obligados, hemos tenido con libros y apuntes; ha conseguido unir personas, amigos, una clase, un curso entero. ''Lo que ha unido segundo de bachillerato, que no lo separe nadie'', oí una vez. No creo que eso sea posible. No creo que olvidar el nerviosismo que una simple mirada transmite antes de un examen sea posible. No creo que podamos deshacernos del recuerdo de un abrazo después de una prueba complicada. No creo que sea posible olvidar a quienes han compartido tus seis últimos años; algunos una vida entera. Y esto incluye también a profesores. Nos habéis visto crecer, fallar, levantarnos, reír y llorar. Y es que en definitiva, segundo de bachillerato también son emociones a flor de piel, humanidad en estado puro.

Ahora, toca mirar hacia el futuro. Un futuro aparentemente incierto, pero inevitablemente marcado por todas nuestras vivencias hasta la fecha. Allá donde vayamos, estoy segura de que encontraremos mil cosas que nos recuerden por qué estamos allí y podremos decir orgullosos de dónde venimos. Y el día menos pensado, cuando todo parezca gris, no tendremos más que echar la vista atrás y y darnos cuenta de que no siempre han sido todos momentos buenos, pero supimos superarlos con la ayuda necesaria.

Madres, padres, profesores, compañeros, amigos... Habéis sido nuestro apoyo durante más de un lustro, y eso no lo olvidaremos jamás.