23/7/15

Nubes inusuales y estratos entrometidos.



Ayer vi una nube increíble. Era monstruosamente grande, esponjosa y del blanco más puro que he visto jamás. El cumulonimbo perfecto.  De esos que miras buscando formas estúpidas y peor, las encuentras. Iba en el coche cuando me percaté de su presencia y, desde ese momento, no fui capaz de apartar la mirada ni un segundo. Te ensimismaba, te engullía, te atrapaba con sus formas y dimensiones. Y eso no era todo. En la base de aquel fenómeno atmosférico, había pequeños estratos. Algunos grises, otros más negros, pero todos chocaban con aquel blanco nuclear. Se entremezclaban, parecían aliados dispuestos a llevar a cabo una ofensiva contra la ‘nube mayor’. Pensaba todo esto mientras en el coche sonaba The Police y me acababa de despertar de un sueño profundo, aunque de todo menos cómodo. Volvía de firmar los papeles que iban a determinar mi futuro, pero eso es ya otra historia. (De todas formas, cómo odio la burocracia.) Me incorporé y seguí contemplando el espectáculo nuboso. Cada kilómetro que avanzábamos nos adentrábamos más y más en el cumulonimbo, se hacía más grande, más poderoso. A su vez, cuanto más cerca estábamos de llegar más oscuro se ponía el cielo, pues aquellos entrometidos estratos cobraban más y más protagonismo. No me importaba que lloviese, de hecho, siempre me han gustado las tormentas. Rayos, relámpagos y truenos que, lejos de asustarme, consiguen tenerme contemplando el sonido de la lluvia caer durante más tiempo del que me gustaría reconocer.
Finalmente, llegué a mi destino; cansada y con el cuerpo entumecido que dejan los viajes de más de un par de horas. Cuando quise darme cuenta, la nube que tan absorta me había tenido durante la mitad del trayecto había desaparecido. Casi me entró nostalgia, pero lo que de verdad lamenté fue no haber llevado conmigo mi cámara de fotos. Aquel paisaje era digno de ser visto.

Una vez aquí, acudí a un pequeño pisito al lado del río. Era el cumpleaños de mi bisabuela. No sé si fue la nube blanca, el cansancio acumulado o el ser consciente de que una persona de los allí presentes celebraba su 98 cumpleaños; pero al mirarle a los ojos me sentí tremendamente pequeña. Ojos grises, pelo blanco y más sabiduría de la que jamás voy a ser capaz de asimilar. Por muy inteligentes que nos creamos a veces, nadie puede enfrentar tantísimos años de experiencia. Nadie. Puede que no me sobre el tiempo para decir en voz alta cuánto admiro prácticamente un siglo de vida, pero hay cosas que se expresan mejor al ser escritas.

Aquel día fue extraño. Y me encantó.
Aquel día me dormí queriendo poder volar para perderme dentro de un cumulonimbo.





3/7/15

Reflejos.



Amanece. Un reflejo. Medidas.
Amanece. Un reflejo. Medidas. Mirada perdida. Pensamientos dispersos.
Amanece. Un reflejo. Medidas. Mirada perdida.  
Amanece. Un reflejo. Medidas.

Empieza el caos.

Decimos sin pensar y ahí está el problema, las posibles consecuencias no perturban nuestra calma. Sin embargo, en la pálida noche de un pueblo perdido, alguien lee líneas que no termina de entender, pero de las que no puede deshacerse. Al día siguiente no ha podido olvidarlas y, sin planearlo, su vida empieza a desmoronarse.
Increíble el poder de la mente humana, ¿verdad? Tan capaz de resolver el más complicado problema de física como de conseguir volverte loco, de desesperarte, de desear que tu cerebro desista y te deje respirar. Sin embargo, mala suerte la nuestra, a ello se le suma que nuestro cuerpo, al lado de nuestra cabeza, es una inútil y vulnerable marioneta. Marioneta que maneja a su antojo, claro. Es por eso que, llegados a un punto, la paranoia supera a la capacidad de reacción, a la cordura, al control.
Y así es como pasan los días y todo sigue en calma aparente. Dentro de ti hay algo que te inquieta, pero intentas evitarlo. ‘’Todo va bien. ’’ Te repites. ‘’Estoy bien. ’’  Te convences. O más bien te engañas, pues ver tu reflejo sigue siendo una tortura.
Cuesta comprender todo esto y, sin embargo, no deja de ser una triste realidad.
Maldita sociedad que lo permite. Maldita sociedad y sus cánones, y sus modelos, y sus medidas, y su jodido afán de perfección. Malditos ineptos que insultan, que no toleran, que dañan psicológicamente, que acomplejan.

Maldita mente humana que no es capaz de anteponer la cordura a la desesperación. 

Quiérete. Porque nadie más que tú va a hacerlo de la misma forma, porque todo el mundo envejece, porque me gustan las arruguitas que te salen en los ojos cuando te ríes, porque qué es la vida sin la curvita de la felicidad, porque somos humanos, porque eres imperfecto, al igual que el resto del mundo. Porque no puedes pretender gustarte a base de maltrato. Porque hay cosas más importantes que tener un físico modelo.
Porque, cuando pasen los años y tu cuerpo haya dejado de ser aquel ente que 'rozaba la perfección', solo quedarán aquellas cosas que te empeñaste en destrozar con un fin estúpido. Inquietudes. Humor.

Felicidad.