27/10/15

De cómo descubrir el caos en menos de una vida.



La novedad abruma. Abruma, asombra, asusta, decepciona, desinhibe, impresiona. Pero sobre todo abruma. Viví pensando que descubrir siempre es sinónimo de saber, de adquirir experiencia, de crecer como personas. Hasta el momento en que tu cerebro procesa y entiende que hay cosas que sería mejor no haber sabido nunca. Ironías y sinsentidos. Pero ni los buenos son tan buenos, ni los malos, tan malos. Que hay caras que sería mejor no sacar a la luz. Escondidas en los lugares más recónditos de la conciencia que ni siquiera sabes que tienes. Que existe. Y te vigila. Y te vigilas.  Que nos decepcionamos a nosotros mismos, que hacemos cosas sin pensar, que ‘’mañana será otro día’’. Y el mañana te recibe con una bofetada de realidad que no eres capaz de esquivar. Y con ella recuerdos, remordimientos, angustia, pena, llanto. Impotencia, decepción hacia tu misma persona. La persona que creías conocer. Pero que te decepciona.

Por qué. No hay más incógnitas, más preguntas, más inquietudes; solo por qué. Por qué ahora, por qué así, por qué tan mal. Por qué. Entre mis recuerdos creo visualizar a alguien diciendo en alguna -no lejana- ocasión que siempre intentamos buscar la razón de todo lo que acontece en nuestras vidas, lo que nos rodea, lo que nos interesa, lo que vemos, lo que oímos, lo que aprendemos. El mundo en que vivimos ni siquiera tiene un por qué. Pero por qué. Siempre por qué.

Qué difícil es asimilar cuando el tiempo de reacción es ínfimo, casi inexistente. Cómo cambia todo en un instante, cómo pequeñas cosas aparentemente insignificantes detonan la gran bomba que habita en tu cabeza. Y que por supuesto, tras estallar, no desaparece. Queda el olor. El ruido. Queda el humo. Las cenizas, los platos rotos, todo polvoriento y manchado de culpabilidad. La culpabilidad de la persona que creías conocer pero que te decepciona. Una vez más.

Lo pasado no va a cambiar. Pero ojalá. Ojalá quedarnos con las tardes perdidos, con las noches en vela, con las visitas clandestinas. Con te quieros al oído, con abrazos, con miradas que llegan al alma, que dicen más que palabras. Con canciones, con momentos, con ideas descabelladas, con risas que te dejan sin aire, sin el oxígeno que te alimenta, que te hace seguir riendo. Y queriendo reír. Y qué difícil es a veces. 

Y qué fácil caer. Y reír, y vivir, y sentir, y sentir que vives, mientras caes, mientras ríes, mientras vives. Y vivir queriendo desaparecer. Porque todos quieren desaparecer alguna vez.