22/11/16

Omnipresencia.



Fiel compañera. Confidente paciente, presente, eterna. Siempre conmigo, de un modo u otro. Me ayudas a expresar lo que no sé decir con palabras, pones melodía a lo que pienso en cada momento, consigues calmarme cuando nada ni nadie más en este mundo es capaz. Siento auténtico vértigo al pensar cómo sería mi vida sin ti, en cuánto cambiaría todo, en las infinitas cosas que me hubiera perdido de no ser porque apareciste. Si algo me tranquiliza es que siempre vas a estar conmigo; cuando esté triste, cuando la impotencia se adueñe de mi existencia, cuando irradie felicidad por cada uno de los poros de mi cuerpo, cuando la indignación se apodere de mí, cuando me sienta sola volviendo a casa, o simplemente por puro placer.

No tienes un día, tienes trescientos sesenta y cinco.

Gracias por haberme acompañado en muchas de las experiencias más enriquecedoras y satisfactorias de mi vida. Gracias por hacerme crecer escuchando letras, por llenarme de conocimiento de mil maneras diferentes, por poner banda sonora a mi día a día. Gracias por proporcionarme paz cuando más lo necesito, por darme la oportunidad de viajar, de conocer gente, de ir a festivales, a conciertos; verlos y darlos, de entender cómo con trabajo y constancia se consiguen las cosas, aunque tenga que tocar ese pasaje veinticinco veces más. Gracias por escupir realidades que es más que duro escuchar y digerir, por inculcarme pura pasión por lo que hago, por hacerme ver que el esfuerzo, por normal general, suele merecer la pena.  

Gracias, música, por acompañarme todos estos años; las dos sabemos que sólo ha sido el principio de todo lo que está por venir.


Feliz Santa Cecilia.




5/11/16

(Yo, me, mi) Conmigo.



Lleva días lloviendo. No sé si fuera o sólo dentro de mí.

Lleva días lloviendo. Y mientras llueve, observo. Observo a la niña, ingenua y de pelo platino, que espera con ganas ese bus seis  que de tan buena gana va a coger con su abuela. Observo al chico que mira distraído el móvil mientras cruza el paso de cebra, me gustan sus deportivas. Miro a las chicas que, alegres, envían mensajes a una tercera persona que probablemente esté a kilómetros de distancia. Observo a la adolescente que desearía ser mayor de lo que es, sentada, abstraída, casi preocupada. Y curiosa. Tiene un pelo negro azabache larguísimo. Paso al lado de un perro enorme; nunca he sido muy entendida de razas, pero es precioso. Me cruzo con los padres que empujan el carrito de un bebé al que van a cuidar, yéndoles la vida en ello, hasta el fin de sus días. Charlo con un dependiente indignado sobre el panorama político con el que contamos, cortando la conversación a fin de paliar nuestras ganas de largarnos sin mirar atrás e intentar olvidar lo podrido que está el sistema, y el mundo en general. Soy testigo de la aparatosa caída de una mujer francesa; por suerte está bien, se ha dado un buen golpe. Saludo y sonrío al hijo de la vecina del quinto, es un niño muy educado.

Esta ciudad cada día me gusta más. Me gusta cuando llueve, cuando hace sol, cuando las calles parecen tuyas a pesar de estar atestadas de gente. Me gusta su arquitectura, aunque no supiese definirla de una manera demasiado técnica. Me gusta el ambiente que se respira, me gusta que todo esté cerca, caminar y ver cómo el agua de la lluvia resbala entre los adoquines. Me gusta caminar sola, observar y pensar. Me gusta asimilar que mi vida cambió, a mejor. Que estoy viviendo uno de los  mejores años de mi vida, aquellos que la niña ingenua y de pelo platino vivirá dentro de mucho. Me gusta saber que, a pesar de que haya un millón de incógnitas sin resolver y, lo que es peor, con mil alternativas; hay algo inminente. Y es que estoy aquí, conmigo.