17/11/17

Desapego voluntario.



Que poner tierra de por medio es una prueba de fuego no es ninguna novedad. Está más que científicamente demostrado que el roce hace el cariño y no sólo en las relaciones sentimentales, sino en todo el plano social. Ahora bien, nadie parece percatarse de que esa separación implica un nuevo comienzo, al menos para una de las partes. No puedo evitar acordarme de la gente que, por una u otra razón, clama con hastío que ‘se le ha olvidado cómo se liga’. Curioso que nos preocupe más no ser capaces de encontrar a esa ‘persona especial'  que tener las habilidades sociales para hacer amigos en general. La maldita zona de confort que nos tutela está predestinada a definir nuestra rutina. Y es algo que me desespera. Siempre el mismo patrón; nuevo comienzo, soledad y vulnerabilidad; respuesta fácil y rápida: aferrarse al primer clavo ardiendo que aparece. No, no funciona así. O más bien no debería. Dónde está la inquietud por conocer gente diferente, por llenarte de historias de personas nuevas, por nutrirte de culturas y puntos de vista que distan de los tuyos. Por una vez tenemos todo a nuestro favor y no somos capaces de aprovecharlo. Ni siquiera de verlo. 

Existe, sin embargo, otra alternativa: la minoría. Desapegados voluntarios, independientes por naturaleza. Estar dispuesto a hacer cosas solo o disfrutar de momentos que son por y para ti, no implica un olvido completo e instantáneo del resto del planeta; ni dejar de tener ganas de compartir cerveza y patatas cualquier domingo de noviembre. Estar dos días desaparecido por razones más o menos dignas no es sinónimo de despreocupación absoluta. La voluntad de abrirse en un determinado momento es compatible con querer estar solo muchos otros. 

No es tan complicado de entender, simplemente no se trata de extremos. No todo van a ser rojos o azules, blancos o negros. Existe una escala de grises con matices, peros, aunques y 'a veces'.

Y todo el que disfruta de su soledad sabe verlo.


1/6/17

Inherente.



Aún recuerdo la última vez que me escondí. Aquí. Polvo y pelusas han colonizado el espacio encargado de plasmar, de la manera más cruda, mi condición de humana; por si la vida en sí y su día a día no fuesen huella suficiente.

Queda extremadamente lejano el principio del fin que amenazó con alargar su clausura hasta el último de mis susurros. Contrafactuales diversas me llevan a pensar en ‘qué hubiera pasado si’, o más bien ‘qué hubiera pasado si no’. Incluso qué no hubiera pasado.

No solía pensar que mi melena fuera a estar más cerca de los hombros que de la cintura, que los sentimientos que acompañan a canciones terminan por sucumbir al olvido y que me gusta que sea de día cuando la luna se yergue en cuarto creciente; aunque siga siendo fiel al frío que me vio nacer. 

Nunca antes imaginé que un ente físico fuera tan sabio, que fisiología son causas y efectos inequívocos y que retraimiento y complejos complejos iban a dejar de estar sólo latentes.

Catorce años me gritan que los límites auto impuestos no son la solución y que rara vez llevan a buen puerto, casi igual que auto engaño y convencimiento. La rojez en las mejillas me susurra que julio y agosto quedan demasiado lejos para resistir manifestarse, aliada con el ritmo de latidos que parecen exigir una cortesía que me niego a otorgar. Un nudo en la garganta silencia mis cuerdas vocales, ínfimas, sin potestad, relegadas al poder del maldito ser que rija mis nervios, a flor de piel.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado. Trae con ella sentencia y solución a todas mis inquietudes, jurando revelarlas una vez la tempestad amaine.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado.

Por fin puedo ver las estrellas.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado.

Parece que la luz ha dejado de ser algo remoto.
Ahora puedo verme brillar.




5/3/17

Incrédulos.



Guerra al silencio es decidir. Decidir y ejercer mi derecho a decir no. A compartir tiempo y cerveza; experiencias y canciones, con quien yo quiera.

Guerra al silencio es exteriorizar todo lo que me enfada, darle voz a ideas que deambulan por mi cabeza desde hace más de siete noches de luna llena; decir que no quiero volver a verte.

Guerra al silencio es seguir guiándome por mi instinto, confiar en mí, en mí, en mí y, de nuevo, en mí.

Guerra al silencio son domingos de resaca despotricando sobre lo podrido que está el mundo, el sistema, las personas, las cabezas. La falta de moral que domina nuestra realidad, que nos consume cada día más.

Guerra al silencio es plantar cara a dos subseres que deciden insultar a tres mujeres por ejercer, de nuevo, su derecho a decir no. Y, por supuesto, guerra al silencio es ver sus rostros, consumidos por la debilidad, viendo que la existencia de un ‘sexo débil’ es sólo un cuento que estuvimos a punto de creernos.

Guerra al silencio si no respetas mi espacio vital, ni el de la gente de mi alrededor. Si no puedes entender que no quiera cruzar ni una palabra más contigo ni con los de tu calaña; jamás.

Guerra al silencio es que te irrite soberanamente ver que no tienes ni un ápice de potestad sobre otra persona de exactamente tu misma condición, solo que con dos dedos de frente más.

Guerra al silencio por la niña que fui; que quedó eclipsada por la mujer en que me convertí aquel catorce de abril de hace ya diez años.

Guerra al silencio por todas las personas que callan, creyendo que es la mejor solución.

Guerra al silencio por las mentiras que ya nunca más me voy a creer.

Guerra al silencio por demostrarte que no eres la persona ideal que tu reflejo cree representar.

Guerra al silencio porque entiendas que el planeta ni estuvo, ni está, ni estará a tu servicio. Ni nosotros, en él.

Guerra al silencio por no dejar que lo que pienso me consuma.

Guerra al silencio por repetir hasta la saciedad.

Guerra al silencio por vivir, como quiera y con quien yo decida. Por no errar afirmando que esas palabras han salido de mi boca hasta el hartazgo.

Guerra al silencio por quererme más que nunca.
Guerra al silencio es quererme más que nunca.




15/2/17

Cromatismo.



Gris. Dentro y fuera. Llovizna, sirimiri. Estratos difusos inundando la inmensidad de un cielo que hace tiempo que perdió la viveza de su color. Azulado, como el mar. Imponente, rompedor. Colosal.

Creció rodeada de tinta sobre papel. Qué bonito escenario, cuán enriquecedor. Volaban las horas; tiempo y espacio eran meros elementos físicos. Tapa blanda, portada amarilla y rosada. Ya en la primera página empezó a  descifrar palabras que, juntas, formaban frases que le llevaron a querer devorar cuantas historias fuera posible. Y a querer escribirlas. Quizá vivirlas. Lástima que ninguna de ellas explicase que un final no siempre es algo idílico.

Ficción.

Llegó el invierno y, con él, la nostalgia.

Calumnia.

Perdona, el amor propio por fin llamó a mi puerta; decidido a instigar a mis dedos a golpear todas y cada una de estas teclas, liberándome de todo aquello que llevaba intentando destruir mi ser días; pero sobre todo, noches. Disculpa, ya no hay hilos que manejen actos ni emociones. Siento decírtelo; he venido para quedarme.

Pienso y recuerdo todo esto mientras intento que la ducha matutina purifique mis entrañas. Nunca consigo que el agua tenga la temperatura adecuada, viajo de la Antártida a Mercurio a golpe de grifo. Tras la cortina suena una leve musiquilla, creo recordar que en Sol Mayor. Dice algo así:  

Píntalo todo de negro
cuando busques una luz
restos de clavos ardiendo
interminable cielo azul

Y añado, mientras el agua recorre mis facciones - Interminable cielo azul… Cuento con seguir contemplándote sea cual sea el color que brille en tu inmensidad; grisáceo, como un pasado dominado por niebla e incertidumbre; rosado, como la tez de un recién nacido; amarillento, como el sol resplandeciente que me despierta por las mañanas;  azulado, como las cuatro paredes entre las que a día de hoy escribo; violáceo, como el tercio de tela que recubre una de ellas.

Oscuro e iluminado, como la noche. Como mi interior hasta hace más bien poco.

Por fin ha salido la luna; así que perdóname por ejercer mi derecho a quererme.







5/1/17

Abismo.



Es otoño. Septiembre. Viento, hojas rotas y flores marchitas. Subo las escaleras; segundo piso a la derecha. Llego. Elijo mi sitio: contra todo pronóstico, en primera fila. Nunca me ha gustado demasiado estar delante. - 'Demasiado al descubierto' - pienso.
Los días pasan sin novedad. Nada fuera de lo común. Empiezo a distanciarme. Empiezo a estar cansada de fingir que soy como se supone que tengo que ser. Empiezo a distanciarme. Empiezo a ser más cauta, más observadora, empleo más tiempo en darle vueltas al porqué de casi todo. Sin saberlo, una barrera invisible e infranqueable empieza a erguirse ante mis ojos, aún ciegos, inexpertos. A lo mejor la vida no es tan como te la habían contado. A lo mejor nada es tan como te lo habías imaginado. Niños. Ilusos. ¿Pero acaso no lo son aún más los adultos? Tampoco les faltan razones. 
Siguen pasando los días. El muro ya es casi indestructible, sus cimientos son demasiado resistentes. Su altura escapa a mi control, es demasiado grueso, demasiado grande. Me faltan recursos, no sé por dónde empezar. 

Consigo escalarlo.
Subo. Avanzo. Estoy en la cima. Ni un ápice de vértigo. 
Me lanzo al vacío.

[...]

A ti, que me lees y te identificas.
A ti, que me lees y piensas que ojalá alguien te hubiera advertido de cuánto iba a doler la caída.
A ti, que has llorado en la quietud de la noche.
A ti, que hubieras dado cualquier cosa por ser correspondido. 
A ti, que has anhelado la compañía de un amigo. 
A ti, que has pensado más de una vez por qué razón nadie te entendía. 
A ti, que te has sentido rechazada por cualquier razón. 
A ti, que a veces sigues replanteándote si tomaste bien aquella decisión.
A ti, que no te gusta fingir.
A ti, que te gusta ver llover porque es como si el cielo expresase lo que sientes.
A ti, que no te gusta mentirte.
A ti, que no soportas las injusticias.
A ti, que sigues emocionándote como el primer día al escuchar 'So Far Away'.


A mí, que de no ser por aquella época, seguiría al otro lado del muro.