9/9/15

El rincón del olvido.



Hace frío. El otoño acecha. Una suave brisa mece una melena morena, ni corta ni larga, siempre despeinada. Estaba nublado y el no saber iba ganando la partida. Incontrolable, fuerte, independiente. Todo empezaba a quedarse pequeño, a volverse repetitivo e insaciable. Me alejé de allí. Corrí tanto como pude. Tras estar quince minutos atravesando escuetas calles, mis pulmones me obligaron a detenerme. Creí que aquel era mi fin. Sin embargo, entre aceras agrietadas y paredes ajadas, vislumbré un descampado que parecía ser mi solución.  Curiosa, me acerqué. Me embriagaba un olor extraño, pero condenadamente adictivo. No sabría compararlo con nada, sólo podía limitarme a seguir llenando mis fosas nasales con aquella fragancia. Me senté a descansar y, de repente, fue como si ya hubiera estado allí.

Entonces, recordé.
Había estado allí, hacía tiempo, en una situación completamente diferente. Me faltaban la compañía, las canciones, los abrazos.  La sensación de que nada podía ser mejor que estar perdidos en aquel lugar. El sentimiento de soledad se apoderó de mí y no lo pude evitar. Lloraba en silencio, dándole la espalda a todo y a nada al mismo tiempo.  Me asaltaban los recuerdos, fieros, poderosos.  Intenté  salir de allí, pero ni mis piernas respondían. Parecían empeñadas en torturarme a base de recuerdos, siempre un poco más.

 Hay ausencias que no se llenan con nada. Absolutamente nada.


Desde aquella tarde, no hay día que no sueñe con volver.  Con volver a sentir, a vivir, a querer.