26/12/16

Vaivén.



Me gusta el pelo largo. Y me ha crecido mucho. Me gusta la soledad elegida. Me gusta el verde de la naturaleza, pero no en la ropa. Me gusta el café. Su olor y su sabor. Me gusta la gente que sabe cantar. Y la que cocina bien. Me gustan las personas naturales. Y las inquietas, y las críticas, y las divertidas, y sobre todo las sinceras. Me gusta la tez morena. Y las pecas. Me gusta el sugus azul, sobre todos los demás. Me gusta pasear con los cascos puestos y pensar que no hay nadie más alrededor, que somos yo, la música y el suelo que piso. Me gusta la gente que se indigna y que lucha por cambiar las cosas. Me gusta el negro. Y el rojo. Y los labios gruesos. Me gustan los animales. Me gustan los ojos verdes. Me gustan los ojos en general. Me gusta andar descalza. Me gusta el piano. Y el chelo, y mi saxo, y la música en todas sus manifestaciones. Menos una. Me gusta escribir a ordenador. Y a mano. Me gusta leer cosas que pienso y no encuentro palabras para exteriorizar, o que expresen mejor lo que no soy capaz de explicar. Me gusta que me hagan dudar. Y la nieve. Y la montaña. Y las montañas con nieve.

Parece que no consigo concebir el frío de diciembre sin el respectivo balance de otro año que se esfuma, fugaz. 

Cuántas horas para pensar, meditar, para echar la vista atrás y ser críticos. Para enorgullecerte de las veces que supiste decir (por fin) que no, de los momentos que disfrutaste yéndote la vida en ello, de la cantidad ingente de personas que has conocido y que, a día de hoy, te llenan como nadie nunca antes. No creo que el paso del año en sí sea la razón del cambio que -quizá- tenga lugar en el siguiente, el 1 de enero es simplemente una fecha. Es de ti de quien depende que este sea otro año sin más o que sea el diferente; el año en que empezaste a querer(te) y a valorar. Para mí, con suerte, será el año del cambio radical, en el que espero seguiré escribiendo, a miles de kilómetros de casa; con la euforia del que empieza una larga aventura que no sabe qué le va a deparar, ni a bien ni a mal.

Si algo tengo claro, es que estoy cansada de esperar a que las cosas cambien sin haber hecho nada al respecto. Por fin entendí que es completamente en vano, una pérdida de tiempo. Quizá psicología de la personalidad no fue tan inútil como creí, quizá todo ello está en mí, quizá tengo que empezar a renovarme. Quizá ya no tengo los brazos cruzados, una venda en los ojos y otra en los labios. Quizá es el momento de dejarme salir. Y quizá, y sólo quizá, mi interior está empezando a pisar suelo firme, sin intención de volver a esconderse jamás.




22/11/16

Omnipresencia.



Fiel compañera. Confidente paciente, presente, eterna. Siempre conmigo, de un modo u otro. Me ayudas a expresar lo que no sé decir con palabras, pones melodía a lo que pienso en cada momento, consigues calmarme cuando nada ni nadie más en este mundo es capaz. Siento auténtico vértigo al pensar cómo sería mi vida sin ti, en cuánto cambiaría todo, en las infinitas cosas que me hubiera perdido de no ser porque apareciste. Si algo me tranquiliza es que siempre vas a estar conmigo; cuando esté triste, cuando la impotencia se adueñe de mi existencia, cuando irradie felicidad por cada uno de los poros de mi cuerpo, cuando la indignación se apodere de mí, cuando me sienta sola volviendo a casa, o simplemente por puro placer.

No tienes un día, tienes trescientos sesenta y cinco.

Gracias por haberme acompañado en muchas de las experiencias más enriquecedoras y satisfactorias de mi vida. Gracias por hacerme crecer escuchando letras, por llenarme de conocimiento de mil maneras diferentes, por poner banda sonora a mi día a día. Gracias por proporcionarme paz cuando más lo necesito, por darme la oportunidad de viajar, de conocer gente, de ir a festivales, a conciertos; verlos y darlos, de entender cómo con trabajo y constancia se consiguen las cosas, aunque tenga que tocar ese pasaje veinticinco veces más. Gracias por escupir realidades que es más que duro escuchar y digerir, por inculcarme pura pasión por lo que hago, por hacerme ver que el esfuerzo, por normal general, suele merecer la pena.  

Gracias, música, por acompañarme todos estos años; las dos sabemos que sólo ha sido el principio de todo lo que está por venir.


Feliz Santa Cecilia.




5/11/16

(Yo, me, mi) Conmigo.



Lleva días lloviendo. No sé si fuera o sólo dentro de mí.

Lleva días lloviendo. Y mientras llueve, observo. Observo a la niña, ingenua y de pelo platino, que espera con ganas ese bus seis  que de tan buena gana va a coger con su abuela. Observo al chico que mira distraído el móvil mientras cruza el paso de cebra, me gustan sus deportivas. Miro a las chicas que, alegres, envían mensajes a una tercera persona que probablemente esté a kilómetros de distancia. Observo a la adolescente que desearía ser mayor de lo que es, sentada, abstraída, casi preocupada. Y curiosa. Tiene un pelo negro azabache larguísimo. Paso al lado de un perro enorme; nunca he sido muy entendida de razas, pero es precioso. Me cruzo con los padres que empujan el carrito de un bebé al que van a cuidar, yéndoles la vida en ello, hasta el fin de sus días. Charlo con un dependiente indignado sobre el panorama político con el que contamos, cortando la conversación a fin de paliar nuestras ganas de largarnos sin mirar atrás e intentar olvidar lo podrido que está el sistema, y el mundo en general. Soy testigo de la aparatosa caída de una mujer francesa; por suerte está bien, se ha dado un buen golpe. Saludo y sonrío al hijo de la vecina del quinto, es un niño muy educado.

Esta ciudad cada día me gusta más. Me gusta cuando llueve, cuando hace sol, cuando las calles parecen tuyas a pesar de estar atestadas de gente. Me gusta su arquitectura, aunque no supiese definirla de una manera demasiado técnica. Me gusta el ambiente que se respira, me gusta que todo esté cerca, caminar y ver cómo el agua de la lluvia resbala entre los adoquines. Me gusta caminar sola, observar y pensar. Me gusta asimilar que mi vida cambió, a mejor. Que estoy viviendo uno de los  mejores años de mi vida, aquellos que la niña ingenua y de pelo platino vivirá dentro de mucho. Me gusta saber que, a pesar de que haya un millón de incógnitas sin resolver y, lo que es peor, con mil alternativas; hay algo inminente. Y es que estoy aquí, conmigo. 




5/9/16

Memoria de pez.




Como el frío soriano, que parece no irse nunca y cuánto se anhela estando a treinta grados. Trae consigo un huracán de pensamientos; revueltos y desordenados, pero igualmente destructores y caóticos. La anarquía de las emociones se pronuncia; no existe nada y, menos nadie, con la fuerza y la capacidad suficientes para remediar las jaquecas que desencadena. Cada vez más fuertes, cada vez más intensas, cada vez más comunes. Cuando quieres pensar con claridad te cuesta, cuando cavilas sobre cuánto darías por dejar la mente en blanco, el huracán vuelve a aparecer. Ni la lluvia, ni la poesía que aún me niego a leer, ni las canciones con incontables reproducciones, reales o en mi cabeza, o silbadas, o tarareadas, o casi bien cantadas, ni Choque de Reyes ni Tormenta de Espadas, ni un paseo matutino con el sol mirándote de frente, ni nada en este mundo consigue, cuando es tu objetivo, apagar tu cerebro, desconectar las preocupaciones, hacer añicos los miles de preguntas que a diario te atormentan. Qué frágil es la realidad y cuánto le queda por aprender de las realidades paralelas que cada día, y a cada hora, se recrean en mi cabeza. [...]


Recuerdo las charlas, sin prisa, hasta que Morfeo se imponía. Los cientos de kilómetros en nuestras piernas, con rumbo o sin él. La confianza que siempre me proporcionaste, aunque a fin de cuentas estuviese siempre en mí. Tu paciencia, tu cariño, tu saber hacer, tu ganas de verme bien. Los paseos sin destino determinado, inmortalizando cualquier momento que creíamos especial a nuestros ojos; marrones, color miel. Recuerdo qué poco te costó decir lo que pensabas, las cosas siempre claras, mientras mi interior era un torbellino continuo de no saber. Recuerdo el viento huracanado que me liberó de mis miedos, que me empujó a, por fin, hacer, a querer saber, a descubrir y conquistar cualquier lugar desconocido hasta entonces. A preguntar. Recuerdo la culpa reflejada en tus ojos, mi angustia liberada en forma de lágrimas descontroladas, rodando por mis mejillas, estancándose en mi nariz para terminar cayendo por mi barbilla y aterrizar en el césped más verde y puro que recuerdo haber visto jamás. Recuerdo palabras bonitas, muchas dichas y más escuchadas, o al revés. Recuerdo latidos que debieron sentirse desde la Puerta del Sol, nervios que no eran más que ganas y horas que no cabían en ningún reloj. Recuerdo mirarte, y que me mires. Recuerdo cosas que siempre me enseñaste, y hay otras muchas que ya olvidé, quizá porque no presté la atención suficiente, quizá porque estaba demasiado ocupada en querer que aquella noche no acabara. Recuerdo las despedidas, amargas y duras, que nos dejaban compungidos hasta que comprendíamos que no teníamos la potestad suficiente para cambiar el rumbo de las cosas. Recuerdo noches largas, con y sin techo, más paseos, alguna intrusión. Recuerdo añoranza, rechazo, alegría, pena, amargura, ilusión, planes futuros, creer que nuestra realidad paralela llegaría, tarde o temprano, quizá cuando el frío soriano remitiese. Recuerdo la desilusión al asumir que lo ficticio, por norma general, no suele ser más que eso. Recuerdo poner los pies en la tierra, o creer que lo hacía. Querer ser fuerte y demostrarlo, o al menos fingirlo. Siempre con éxito. Recuerdo arriesgarme, recuerdo romperme, recuerdo jurarme ''nunca más''. Recuerdo recaer haciendo justicia al dicho que clama que es el hombre el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y ojalá fuesen sólo dos. Recuerdo concienciarme de que aquella había sido la última vez que me fallaba, volviendo a mentirme otra vez.


[...] Como el frío soriano. Seco, indestructible, atroz, inminente, puntual como jamás lograré yo. 


Brindemos por la tempestad... Quién sabe qué vendrá detrás.




14/3/16

Caminos de vuelta.




Riesgos que uno corre por el simple hecho de ser persona:

Sentir el impulso de ponerse a escribir a escasos minutos de sucumbir al cansancio acumulado, advertir la llamada de la nostalgia un poco más alto que ayer, experimentar la inexpugnable necesidad de detenerse, al menos un minuto, a contemplar a un hombre que desata su arte a pinceladas la mañana de un domingo de primavera en que empieza a brillar el sol. 
Saber que la libertad avanza a pasos agigantados haciéndose cada vez más notable, más plausible, más ansiada, más merecida. 
Cerrar los ojos y no poder poner la mente en blanco, recordar los rasgos que contemplarías una y otra vez durante una eternidad, pensar en las veces que te creíste capaz y lo lograste, recordar sin pesadumbre los días grises, o los de cielo azul, o el frío invernal de tu ciudad natal. Más añoranza, más recuerdos, más sonrisas, más cafés humeantes y más presencias gratas, más conversaciones banales, más diálogos cruciales.
Disfrutar los caminos de vuelta sin más compañía que el rock revolviendo tus entrañas.
Mirar, una vez más, hacia todos los rincones de aquel lugar que tantos recuerdos alberga, ninguno amargo. 
Escrutar el rostro de todo extraño con que te cruzas, mirar sin entender queriendo comprender, como si las miradas hablasen por sí mismas. Y quizá lo hagan. 
Pararte a pensar en lo efímero de la existencia, en la alegría desbordada que suscita el sol por la mañana, en no pisar los recovecos entre los adoquines de la ciudad que lleva más tiempo del que eres consciente siendo testigo de los cambios que han pasado a dominar tu vida, sin tiempo de reacción para siquiera asimilarlo. 
Sonreír sin más razón que las ganas, dar las gracias, escuchar atentamente el soliloquio que reina en tu cabeza a ritmo del riff que te acompaña en ese instante. 
Percatarse de que todo tiene un sentido, disfrutar de la amabilidad inesperada de cualquier desconocido, resistir la tentación de tomar otro café mientras la indignación se apodera de tu cordura al leer la cabecera del periódico local.
Mirar a un lado, a otro, esperar al verde, cruzar, buscar la llave guiándote por el suave tintineo en tu bolsillo, sentarte a pensar en que el camino de vuelta es cada vez más fugaz.
Creer en la ilusión, caer en la tentación. 
No sentir la necesidad de que nadie defina tus pasos. Cerrar los ojos y pensar dónde quieres llegar. 

Apretar los puños, mirar al frente y avanzar. 





18/1/16

Discordia.




Siempre he odiado los números.  Y ellos a mí, supongo. Nuestra relación lleva dieciocho años definida por un bucle amor – odio que detesto. Amor cuando señalan fechas que ansío, o memorables, cuando simbolizan momentos, días, horas, experiencias, tardes de cafés interminables dignas de mención. Cuando representan el esfuerzo que ha conllevado llegar hasta cualquier punto, cuando por fin tienes vía libre para contemplar cómo el tiempo empleado en algo que no auguraba nada bueno da sus frutos. Cuando constatan que, una vez más, llego tarde. 
Odio el resto del tiempo y aplicado a todo. Odio cuando hacen evidente que jamás comprenderé su lógica, que soy incapaz de entender su mecanismo de acción. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas, cosas al cubo y triángulos de Pitágoras. Fórmulas interminables que sólo servían para malgastar la mina del lápiz en la parte trasera de la carcasa de esa calculadora que casi podía catalogarse como arma letal. Las comas de los decimales arriba. Después abajo. ¿Pero es que a ti no te han dicho que las comas de los decimales se escriben arriba? No pongas una x al multiplicar, utiliza un puntito. Si pasa de ,5, redondea. Aunque también puedes optar por truncar y olvidarte de los seres a la derecha de esa rallita detestable. Tan mediocres como decisivos. Odio los números. Tampoco entiendo los problemas.  Llevo toda mi vida académica cargando con la frustración a la espalda de mi dichosa desdicha numérica. Que por lo visto, no piensa cesar. Seguirá empeñada en hacerme pensar que su lógica es, sencillamente, ilógica. Como tantísimas cosas. Que jamás sabré qué me están pidiendo después de leer un enunciado de cualquier libro de matemáticas, o química, o física, o estadística. No nos llevamos bien. No quiero quererte, no me gustas. Ni yo a ti, cuestión de la que llevo siendo consciente desde que tengo uso de razón. Nunca terminé un cuadernillo rubio. Ni pienso. 


Y así me va.






9/1/16

Grietas.



Era una anciana entre adolescentes. Una reliquia entre juguetes nuevos. Ese 'aquel' con polvo y mugre acumulados que reclamaba sus derechos de reconocimiento al olvido. 

Noble y educada, lucía sus rasgos de antaño de manera peculiar; su físico siempre ha revelado erróneamente su verdadera identidad. Su humilde interior albergaba los justos espacios para llevar a cabo la vida cotidiana; cada uno de ellos dotado de aleatorios elementos intrascendentes. Sus paredes callaban con enorme lealtad secretos que quizá nunca nadie llegaría a desvelar. Su desnivelado suelo, caminado por tantos, no era más que otra muestra de su inminente antigüedad. Su techo ennegrecido y su pasillo desproporcionado llevaban al espacio, actualmente vertedero privado, en el que animales y seres humanos habían compartido hogar en una misma estancia años atrás.
Así mismo, a su izquierda se encontraba, sin pasar desapercibida, la causante de innumerables traumas infantiles. Huésped de colosales nubes de polvo y microorganismos vivos, vivía dotada de la peculiaridad máxima: su forma embudada.
Caminando de nuevo por esta especial vivienda surge, casi de la nada,  la puerta al paraíso de la reliquia. Escaleras enmohecidas, paredes agrietadas y suelos inestables presentan el apogeo del desastre y la dejadez. Ocultos bajo techos roídos, se encuentran aquellos utensilios que en su día se creyeron cotidianos y, un siglo después, yacen inútiles entre colchones y toallas de tela.
Por último, el cuadrilátero que custodia todo tipo de víveres y manjares; como todo lo descrito anteriormente, notablemente amorfo y anticuado.


Pasados más de cien años y tras varias generaciones habitantes presento, con toda la objetividad que he sido capaz de plasmar, la humilde casa de mis tatarabuelos; 



aún en pie.