Hay golpes que no se escuchan, pero duelen como el gancho mejor lanzado. El efecto del paso del tiempo es uno de ellos, aún más cuando deja secuelas irreversibles que derivan en el desconocimiento atroz.
Crecí pensando que había cosas que serían eternas, que el deterioro no era más que un cuento chino, que nada cambiaría tanto como para hacerme temblar al pensar que la vida avanza y pasa para todos.
No intento más que decirme que el dolor es lícito y me atrevería a decir que también sano, que no soy invencible ni tampoco de piedra, que hay cosas que duelen y otras que ilusionan y que, a veces, ocurren juntas y al mismo tiempo.
No intento más que decirme que el futuro es incierto y asusta pero que, pase lo que pase, no voy a estar sola.
No intento más que decirme que el futuro es incierto y asusta pero que, pase lo que pase, no voy a estar sola.
No intento más que decirme que, aunque las lágrimas me inunden a veces, siempre tendré algo a lo que aferrarme y brazos extendidos a mi vera, aunque mis fuerzas flaqueen o sienta que acabaré sucumbiendo a un dolor demasiado agudo.
No intento más que explicarte lo orgullosa que estoy de ti, de tus agallas y del trabajo que haces día a día.
No intento más que enviarte la fuerza que me queda para que, junto con la tuya (y la suya), seamos capaces de seguir, hacia dondequiera que debamos.
No intento más que liberar el dolor, para que a ti no te duela tanto.
Aunque lo haga igual.
No intento más que escupir lo que me ahoga por dentro, a pesar de estar viviendo cosas maravillosas prácticamente a diario.
No intento más que hacer frente a una situación indeseable, pero aterradoramente corriente.
No intento más que crecer, con los ganchos bien o mal tirados, con el golpe que azuza el tiempo, con los choques de realidad que llevamos viviendo desde hace más de lo que quiero recordar.
No intento más que decirme a mí misma que no intento acallar los sollozos, sino dejar que fluyan libres mientras intento asumir que la ley de vida no entiende de intereses, ni mucho menos va acorde a ellos.
No quiero más que aceptar que la existencia no obedece normas; llega y pasa, mientras sigo abstraída contemplando el gris del cielo.
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