Ayer vi una nube increíble. Era monstruosamente grande, esponjosa y del blanco más puro que he visto jamás. El cumulonimbo perfecto. De esos que miras buscando formas estúpidas y peor, las encuentras. Iba en el coche cuando me percaté de su presencia y, desde ese momento, no fui capaz de apartar la mirada ni un segundo. Te ensimismaba, te engullía, te atrapaba con sus formas y dimensiones. Y eso no era todo. En la base de aquel fenómeno atmosférico, había pequeños estratos. Algunos grises, otros más negros, pero todos chocaban con aquel blanco nuclear. Se entremezclaban, parecían aliados dispuestos a llevar a cabo una ofensiva contra la ‘nube mayor’. Pensaba todo esto mientras en el coche sonaba The Police y me acababa de despertar de un sueño profundo, aunque de todo menos cómodo. Volvía de firmar los papeles que iban a determinar mi futuro, pero eso es ya otra historia. (De todas formas, cómo odio la burocracia.) Me incorporé y seguí contemplando el espectáculo nuboso. Cada kilómetro que avanzábamos nos adentrábamos más y más en el cumulonimbo, se hacía más grande, más poderoso. A su vez, cuanto más cerca estábamos de llegar más oscuro se ponía el cielo, pues aquellos entrometidos estratos cobraban más y más protagonismo. No me importaba que lloviese, de hecho, siempre me han gustado las tormentas. Rayos, relámpagos y truenos que, lejos de asustarme, consiguen tenerme contemplando el sonido de la lluvia caer durante más tiempo del que me gustaría reconocer.
Finalmente, llegué a mi destino; cansada y con el cuerpo
entumecido que dejan los viajes de más de un par de horas. Cuando quise darme
cuenta, la nube que tan absorta me había tenido durante la mitad del trayecto
había desaparecido. Casi me entró nostalgia, pero lo que de verdad lamenté fue
no haber llevado conmigo mi cámara de fotos. Aquel paisaje era digno de ser
visto.
Una vez aquí, acudí a un
pequeño pisito al lado del río. Era el cumpleaños de mi bisabuela. No sé si fue
la nube blanca, el cansancio acumulado o el ser consciente de que una persona
de los allí presentes celebraba su 98 cumpleaños; pero al mirarle a los ojos
me sentí tremendamente pequeña. Ojos grises, pelo blanco y más sabiduría de la
que jamás voy a ser capaz de asimilar. Por muy inteligentes que nos creamos a
veces, nadie puede enfrentar tantísimos años de experiencia. Nadie. Puede que
no me sobre el tiempo para decir en voz alta cuánto admiro prácticamente un
siglo de vida, pero hay cosas que se expresan mejor al ser escritas.
Aquel día fue extraño. Y
me encantó.
Aquel día me dormí
queriendo poder volar para perderme dentro de un cumulonimbo.
Me encanta el principio O.O
ResponderEliminar"Ayer vi una nube increíble. Era monstruosamente grande, esponjosa y del blanco más puro que he visto jamás. El cumulonimbo perfecto. De esos que miras buscando formas estúpidas y peor, las encuentras. Iba en el coche cuando me percaté de su presencia y, desde ese momento, no fui capaz de apartar la mirada ni un segundo. "
Jo, gracias :_)
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