Cinco de la tarde de una ordinaria tarde de verano. Mi memoria se pronuncia. Actúa. Los recuerdos me asaltan.
Siempre me he preguntado
qué tendrán las noches que no planeas, en las que todo sale al revés, que
acaban siendo las más dignas de recordar.
Principios tirando a
mediados de julio, vacaciones con amigos, mar Mediterráneo y calor sofocante.
Habíamos salido de fiesta; lo típico. Todo lleno de
discotecas con sus respectivos relaciones merodeando, intentando captar al
mayor número de gente posible para sus locales. ‘’¿No queréis pasar al
Catamarán, chicos? Esta noche oferta de copas a tres euros.’’ Habría que ver
qué veneno dan para ofrecerlo tan barato. Además, si quisiera entrar lo haría
por mi propio pie, ¿no? No tienes que guiarme hasta la misma puerta, pensé.
Pero te limitas a sonreír, soltar un tímido ‘’no, gracias’’ y seguir tu camino.
El caso es que nos acabamos decidiendo por uno de aquellos lugares. Entramos y el
panorama era el esperado: tías vestidas iguales bailando reggaeton, tíos al
acecho con esos aires de grandeza que les da el postureo… Menudo espectáculo.
Aunque, para postureo, el de los ‘bailarines’ de aquel local. Creo que mis
calcetines tapaban más que toda la ropa que llevaban puesta. El caso es que,
tras estar largo rato ‘bailando’ intentando no pisar a nadie y con el ‘bum, ba
bum ba bum’ metido en el cerebro, alguien me llamó. ‘’Ey, estoy un poco
cansado, ¿salimos fuera?’’ ‘’Sí, por favor’’pensé. ‘’Claro, vamos’’ dije. Así
que salimos. Una vez allí y agradecida de haberme desecho de esa música que tan
poco me gusta, mi cómplice puso su típica cara de ‘’acabo de tener una idea’’.
Y, como suponía, no tardó en contármela. ‘’Tía, he visto al entrar una sala que
ponía algo de rock. Vamos a mirar. ’’ Me encantó la idea, así que nos dirigimos
allí. En la puerta había un cartel con el nombre ‘’Marearock’’ y una estrella
roja de fondo. Aquello pintaba tremendamente bien. Tras pasar unos minutos en
la puerta, divisando el panorama, nos decidimos a entrar. No recuerdo qué
canción sonaba, solo sé que me entraron unas ganas irrefrenables de cantar y
saltar. Casi toda la estancia estaba empapelada con carteles de grupos y sus
respectivas actuaciones, así que intuimos que sería una sala bastante
recurrida. No había mucha gente, pero nos dio igual. Con la siguiente canción,
empezamos a bailar como si no hubiera un mañana, sin importar quién miraba, (si
es que alguien lo hacía) o cuán ridículo estábamos haciendo. Cuando una canción
terminaba empezaba otra mejor, y la adrenalina me corría incontrolada por las
venas porque me las sabía todas. Joder, qué bien me lo pasé. Llegado un punto,
nos acercamos a una de las paredes empapeladas. Todo grupos que conocíamos y
nos gustaban. Fue entonces cuando un par de desconocidos con pinta de pasarse
allí los sábados nos ‘’invitó’’ a un futbolín. Empezaron adelantándose, remontamos,
volvían a ponerse a la cabeza. Acabaron ganando con el gol más épico que he
visto nunca en la historia del futbolín. Aún así, la derrota no minó
nuestro ánimo; seguimos cantando a ritmo de ‘Cuando salga el sol –
Desakato’.
Fue una noche especial porque
me sentí libre. Me sentí yo, escuchando, cantando y saltando con la música que
me gusta, cosa complicada si en la mayoría de los sitios solo ponen Daddy
Yankee. Terminé con los pies destrozados, pero sentí que había merecido la
pena.
Finalmente, la hora de
apertura del tranvía se acercaba y decidimos abandonar el local. Aún tardamos
en llegar a casa y, sin embargo, lo hicimos cuando al fin, salió el sol.
Hola, soy tu cómplice. <3
ResponderEliminarY espero que protagonista de más anécdotas rockeroalicantinas :D
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