1/6/17

Inherente.



Aún recuerdo la última vez que me escondí. Aquí. Polvo y pelusas han colonizado el espacio encargado de plasmar, de la manera más cruda, mi condición de humana; por si la vida en sí y su día a día no fuesen huella suficiente.

Queda extremadamente lejano el principio del fin que amenazó con alargar su clausura hasta el último de mis susurros. Contrafactuales diversas me llevan a pensar en ‘qué hubiera pasado si’, o más bien ‘qué hubiera pasado si no’. Incluso qué no hubiera pasado.

No solía pensar que mi melena fuera a estar más cerca de los hombros que de la cintura, que los sentimientos que acompañan a canciones terminan por sucumbir al olvido y que me gusta que sea de día cuando la luna se yergue en cuarto creciente; aunque siga siendo fiel al frío que me vio nacer. 

Nunca antes imaginé que un ente físico fuera tan sabio, que fisiología son causas y efectos inequívocos y que retraimiento y complejos complejos iban a dejar de estar sólo latentes.

Catorce años me gritan que los límites auto impuestos no son la solución y que rara vez llevan a buen puerto, casi igual que auto engaño y convencimiento. La rojez en las mejillas me susurra que julio y agosto quedan demasiado lejos para resistir manifestarse, aliada con el ritmo de latidos que parecen exigir una cortesía que me niego a otorgar. Un nudo en la garganta silencia mis cuerdas vocales, ínfimas, sin potestad, relegadas al poder del maldito ser que rija mis nervios, a flor de piel.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado. Trae con ella sentencia y solución a todas mis inquietudes, jurando revelarlas una vez la tempestad amaine.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado.

Por fin puedo ver las estrellas.

Una suave brisa me devuelve a la oscuridad que, casi sin darme cuenta, se ha asentado.

Parece que la luz ha dejado de ser algo remoto.
Ahora puedo verme brillar.




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