9/1/16

Grietas.



Era una anciana entre adolescentes. Una reliquia entre juguetes nuevos. Ese 'aquel' con polvo y mugre acumulados que reclamaba sus derechos de reconocimiento al olvido. 

Noble y educada, lucía sus rasgos de antaño de manera peculiar; su físico siempre ha revelado erróneamente su verdadera identidad. Su humilde interior albergaba los justos espacios para llevar a cabo la vida cotidiana; cada uno de ellos dotado de aleatorios elementos intrascendentes. Sus paredes callaban con enorme lealtad secretos que quizá nunca nadie llegaría a desvelar. Su desnivelado suelo, caminado por tantos, no era más que otra muestra de su inminente antigüedad. Su techo ennegrecido y su pasillo desproporcionado llevaban al espacio, actualmente vertedero privado, en el que animales y seres humanos habían compartido hogar en una misma estancia años atrás.
Así mismo, a su izquierda se encontraba, sin pasar desapercibida, la causante de innumerables traumas infantiles. Huésped de colosales nubes de polvo y microorganismos vivos, vivía dotada de la peculiaridad máxima: su forma embudada.
Caminando de nuevo por esta especial vivienda surge, casi de la nada,  la puerta al paraíso de la reliquia. Escaleras enmohecidas, paredes agrietadas y suelos inestables presentan el apogeo del desastre y la dejadez. Ocultos bajo techos roídos, se encuentran aquellos utensilios que en su día se creyeron cotidianos y, un siglo después, yacen inútiles entre colchones y toallas de tela.
Por último, el cuadrilátero que custodia todo tipo de víveres y manjares; como todo lo descrito anteriormente, notablemente amorfo y anticuado.


Pasados más de cien años y tras varias generaciones habitantes presento, con toda la objetividad que he sido capaz de plasmar, la humilde casa de mis tatarabuelos; 



aún en pie.





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