14/3/16

Caminos de vuelta.




Riesgos que uno corre por el simple hecho de ser persona:

Sentir el impulso de ponerse a escribir a escasos minutos de sucumbir al cansancio acumulado, advertir la llamada de la nostalgia un poco más alto que ayer, experimentar la inexpugnable necesidad de detenerse, al menos un minuto, a contemplar a un hombre que desata su arte a pinceladas la mañana de un domingo de primavera en que empieza a brillar el sol. 
Saber que la libertad avanza a pasos agigantados haciéndose cada vez más notable, más plausible, más ansiada, más merecida. 
Cerrar los ojos y no poder poner la mente en blanco, recordar los rasgos que contemplarías una y otra vez durante una eternidad, pensar en las veces que te creíste capaz y lo lograste, recordar sin pesadumbre los días grises, o los de cielo azul, o el frío invernal de tu ciudad natal. Más añoranza, más recuerdos, más sonrisas, más cafés humeantes y más presencias gratas, más conversaciones banales, más diálogos cruciales.
Disfrutar los caminos de vuelta sin más compañía que el rock revolviendo tus entrañas.
Mirar, una vez más, hacia todos los rincones de aquel lugar que tantos recuerdos alberga, ninguno amargo. 
Escrutar el rostro de todo extraño con que te cruzas, mirar sin entender queriendo comprender, como si las miradas hablasen por sí mismas. Y quizá lo hagan. 
Pararte a pensar en lo efímero de la existencia, en la alegría desbordada que suscita el sol por la mañana, en no pisar los recovecos entre los adoquines de la ciudad que lleva más tiempo del que eres consciente siendo testigo de los cambios que han pasado a dominar tu vida, sin tiempo de reacción para siquiera asimilarlo. 
Sonreír sin más razón que las ganas, dar las gracias, escuchar atentamente el soliloquio que reina en tu cabeza a ritmo del riff que te acompaña en ese instante. 
Percatarse de que todo tiene un sentido, disfrutar de la amabilidad inesperada de cualquier desconocido, resistir la tentación de tomar otro café mientras la indignación se apodera de tu cordura al leer la cabecera del periódico local.
Mirar a un lado, a otro, esperar al verde, cruzar, buscar la llave guiándote por el suave tintineo en tu bolsillo, sentarte a pensar en que el camino de vuelta es cada vez más fugaz.
Creer en la ilusión, caer en la tentación. 
No sentir la necesidad de que nadie defina tus pasos. Cerrar los ojos y pensar dónde quieres llegar. 

Apretar los puños, mirar al frente y avanzar. 





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